Charla con el Metropolitano Antonio de Sourozh: “… a veces viene un niño y con pena cuenta sus transgresiones, y entonces le pregunto: “ ¿Te arrepientes de eso?” — No, no lo siento, ¡mi madre lo siente!” Si se sustituye la palabra “madre” por “Dios” en esa respuesta, se obtiene una descripción de las confesiones de muchos adultos. Escriben una lista de pecados porque saben que no deben hacerlo, pero en realidad no les importa. A Dios le importa porque es Él quien se preocupa por ellos, así que se confiesan por cortesía a Él.
“No robé, sino que tomé lo de otro sin permiso”.
Otra cosa que nunca debe hacerse durante la confesión es sustituir las palabras desagradables por otras que suenen más suaves.
Por ejemplo, docenas de veces he oído a la gente decir: “Oh, Padre, tengo miedo de haber cogido algo que no me pertenece”, y “tengo miedo” no significa que la persona tenga miedo del juicio de Dios, es sólo una forma de suavizar la redacción. Por eso en esos casos siempre digo: “¿Quiere decir que usted es unа ladronа?” – “¡Padre, cómo puede llamarme ladrona! Soy una mujer honesta. Le respondo: “Bueno, usted misma me ha dicho que es una ladrona” — “No, no he robado, sólo he cogido las cosas de los demás sin pedirlas” — “En todos los idiomas se llama “robar”.
O otra cosa que me resulta muy molesta: cuando la gente con una mirada triste me dice: “Yo, padre, he pecado en todo”. Y esperan salirse con la suya. En ese caso le digo: “¿Sigues cometiendo adulterio a los ochenta años?” – “Padre, ¿cómo puede?” – “¿Usted, un hombre tan honesto, está robando?” – “¿Por qué me insulta así?” – “¿No honra a su padre y a su madre? “Padre, está loco, murieron hace 40 años”. Y entonces digo: “Así que no le importa si ha cometido un pecado, o veintidós, o todos los pecados en general, a usted esto no le importa.
Ve usted a casa y piensen en ello. Ahora todo el mundo ha aprendido a no decirme en la confesión: “He pecado en todo”, y ya no envío a nadie a casa, pero en los primeros años de mi ministerio solía ocurrir. Por lo tanto, tenedlo en cuenta y no me digais: “Confieso humildemente que he cometido todos los pecados”, igual revisaré toda la lista con usted y averiguaré si es cierto”.
Conversación con el Metropolitano Antonio de Sourozh
tuvo lugar en abril de 1979.